La Tribuna. El Español. Lunes 7 de noviembre de 2016
El momento político es aterrador. Una marea populista barre el mundo. Comienza donde nace el sol, en Filipinas, donde un nuevo presidente propugna el asesinato para luchar contra el crimen. Llega hasta Río de Janeiro, una vibrante ciudad multicultural que acaba de elegir como nuevo alcalde a un creacionista evangélico radical y hasta los Estados Unidos del hoy amenazador Trump. Cruza la Rusia de Putin o la hasta hace muy poco prometedora Turquía de Erdogan. Frente a esta marea, las viejas democracias europeas, Reino Unido, Holanda, Austria, Dinamarca, Finlandia, Francia, temen que su antiguo centro también esté a punto de desmoronarse.
En suma, es un mal momento para aquellos que creemos en la libertad de hombres y mujeres en mercados y sociedades libres.
Los liberales debemos renovar nuestra visión sobre la integración comercial, el mercado y la inmigración
Frente a los que predican odio y resentimiento, los liberales tenemos la responsabilidad de no abdicar de nuestras creencias por conveniencia política y de luchar por lo que ha sido, en los últimos 60 años, el centro político de nuestros países. Nuestra respuesta debe implicar una renovación de nuestra visión de lo que significan ciudadanos libres y sociedades libres, de forma que esta reconozca las preocupaciones de nuestros votantes y así pueda conseguir la supervivencia de esas libertades sociales y económicas tan duramente ganadas. En particular, debemos renovar nuestra visión sobre la integración comercial, sobre el mercado, y sobre la inmigración.
En primer lugar, el populismo surge de una frustración económica debida al impacto de la globalización y la tecnología sobre los salarios de la clase media. La integración comercial ha permitido a miles de millones de ciudadanos del mundo enormes avances de bienestar, por ejemplo en China. Pero es cierto también que la globalización y el cambio tecnológico han reducido el bienestar de muchos trabajadores en Europa y EEUU. Estos trabajadores se sienten traicionados, decepcionados por esas mismas élites que prometían prosperidad con cada nuevo acuerdo comercial, con cada nuevo paso de integración que occidente adoptó.
Tenemos que ayudar a los trabajadores a recuperar la seguridad frente a la precariedad
Debemos responder a esa preocupación con un conjunto de programas que ayuden a los trabajadores a recuperar la seguridad frente a la precariedad, y la estabilidad en sus vidas. Desde Ciudadanos hemos propuesto un complemento salarial que asegure el poder adquisitivo de los trabajadores, un nuevo modelo laboral que provea de estabilidad a la contratación y programas de formación controlados por los trabajadores que desarrollen sus capacidades y les ayudan a enfrentar el desafío de la competencia global. Debemos hacer mayor redistribución, sí, pero de una forma mucho más inteligente. Una redistribución que ayude a disfrutar a todos los trabajadores de un empleo digno y un salario digno, debe ser parte integral de la reactivación del liberalismo.
Nada ha hecho tanto daño a la idea liberal como los rescates masivos de instituciones financieras
En segundo lugar, muchos confunden el ser pro-mercado con ser “pro-empresario”. Nada ha hecho tanto daño a la idea liberal como los rescates masivos de instituciones financieras durante la crisis financiera. Parece que los bancos siempre ganan: si sale cara ganan ellos si es cruz pagamos nosotros.
Pues bien, los liberales debemos ser pro-mercado, no pro-empresario. Debemos ser los mayores defensores de los reguladores independientes, de las acciones antimonopolio, de los impuestos justos que no dejan lagunas y agujeros para que aprovechen ricos y bien conectados. No debemos nunca ponernos de lado de supuestos “campeones nacionales” que no sirven más que para esquilmar a los ciudadanos. Debemos estar siempre del lado de los ciudadanos contra los capitalistas del maletín y del enchufe.
Por último, la libre circulación de personas nunca ha sido menos popular en Europa. De hecho, ha sido un factor clave en el Brexit La gente quiere aferrarse a su identidad (“aferrarse a su Dios y sus armas”, dijo Obama) que imaginan en peligro en nuestras sociedades multiculturales y multirraciales.
Hay que recibir un número sustancial de inmigrantes, pero no podemos dejar las fronteras abiertas sin más
La respuesta existe de nuevo, y nuevamente debe infundirse con nuestros valores liberales. Nuestras viejas sociedades necesitan el dinamismo de los inmigrantes, y debemos estar dispuestos a recibir un número sustancial de ellos. Pero no podemos simplemente dejar las fronteras abiertas de par en par sin poner en peligro la libertad que hemos conquistado. Debemos defender políticas de inmigración inteligentes y abiertas, como las de Canadá o Australia, donde se evalúa a los inmigrantes por la contribución que sus habilidades y talentos podrían aportar a las sociedades que les reciben. Pero esto no es suficiente.
Preservar nuestras fronteras abiertas también requiere que seamos intolerantes con la intolerancia. Nunca más debemos cerrar los ojos cuando nuestros cómicos o nuestros periodistas o escritores sean perseguidos, insultados, asesinados porque se atreven a decir lo que una religión decreta indecible. Los derechos de nuestros hombres y mujeres a ser tratados por igual o de nuestros hombres y mujeres homosexuales a preservar esas libertades duramente ganadas no pueden estar sujetos al capricho de algún clérigo cuya mentalidad pertenece al Paleolítico.
Podemos ser liberales en el tiempo de Theresa May y Donald Trump. De hecho, nuestras ideas son más necesarias que nunca. Debemos ganar esta lucha por el bien de nuestros países, por el bien de nuestra civilización.
*** Luis Garicano es Catedrático de Economía y Estrategia en la London School of Economics y responsable de Economía, Industria y Conocimiento en Ciudadanos.
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